miércoles, 6 de abril de 2011

Abbas Kiarostami (Primera parte)

“La idea de seguir un objetivo es lo que hace que la vida esté viva. La totalidad de esta vida, y del universo, está hecha por energías de la gente que quiere conseguir sus objetivos, y que no puede seguir adelante sin esa energía.” Abbas Kiarostami.

La relación entre los habitantes de Buenos Aires y el cineasta iraní Abbas Kiarostami es fiel. Copia Certificada (2010), que se proyectará en unos dìas en el marco del Festival de Cine de Buenos Aires, aparece como agotada en sus dos funciones. A fines del siglo veinte El sabor de la cereza (1997) superó los 100.000 espectadores y Bajo los Olivos (1994) hizo otro tanto. Años después la distribuidora Contracampo estrenó en un complejo multipantallas tres películas del maestro (dos de la que se conoce como Trilogía de Koker), y en 2006 el Malba le dedicó una retrospectiva que incluyó películas inéditas en el país, sus tempranos cortometrajes y algunas fotografías.

Proveniente de las artes plásticas, Kiarostami comenzó su carrera en el cine a fines de la década del ‘60. Fue asociado a lo que hoy se conoce como nueva ola iraní, el movimiento que se hizo eco de los nuevos cines europeos tal la nouvelle vague. Entró al cine de la mano de la Fundación para el Desarrollo intelectual del Niño, esto explica, en parte, que sus primeras realizaciones estén protagonizadas por infantes.
Su primer cortometraje Bread and Alley (1970) muestra una variable que se repetirá a lo largo de toda su obra: El contraste entre el deseo interno y el mundo exterior. Un niño descubre, camino a su casa, a un perro que no lo deja pasar. Para continuar, y cumplir con su objetivo, éste recurrirá a distintos artilugios. Filmada en blanco y negro, la música acompaña rítmicamente los movimientos del personaje, un uso entre la banda de imagen y sonido que con el tiempo quedará prácticamente ausente de su filmografía.
El mediometraje El viajero (1974) profundiza en este contraste. Un muchacho quiere asistir un partido de fútbol en Teherán pero no tiene dinero. Para conseguirlo, no solo venderá distintos objetos sino que le “sacará fotos” a sus compañeros de escuela.  Hay quien dijo que este personaje puede interpretarse como un alter ego del mismo realizador… Más allá de afirmar o refutar esta hipótesis, lo cierto es que el film representa muchos de los tópicos que gradualmente se irán repitiendo en la obra de Kiarostami: los desplazamientos en vehículos de cuatro ruedas, el fútbol, el deseo fuerte por hacer algo y el hacer dentro del hacer.
 
Los tres berretines
 
El fútbol aparece de una u otra manera en su filmografía. Por dar un ejemplo, en el comienzo de Y la vida continúa (1991) padre e hijo discuten a propósito de qué país, Argentina o Brasil, fue el autor de un gol en un campeonato. Estos datos se transforman, de alguna manera, en una suerte de testimonio de los hábitos de su país. Y son los que llevaron a Jonathan Rosenbaum a precisarnos años atrás: “Tenemos muy pocas oportunidades de saber de Irán como país fuera del cine. Esto solo convierte al cine iraní en algo muy importante. Solo por esto, aun si los films iraníes no fueran artísticamente interesantes, y aun si la gente no los considerara arte, tendrían algo que enseñarnos.”
Ahora bien, si de repeticiones hablamos, son los autos los que, sin duda, aparecen una y otra vez en sus películas. Desde El sabor de la cereza, en la que un hombre atraviesa Irán buscando a alguien que lo ayude a cumplir su cometido, a Ten (2002), en la que un vehículo es el único escenario, los autos siempre están presentes. Abbas nos dijo: “Mi auto es mi amigo, mi familia, mi oficina, mi casa, y también mi auto. Es una criatura que me lleva de un lugar a otro y me espera cuando salgo. Y aparte de eso es el mejor lugar para que una conversación ocurra”. Originariamente Ten iba a estar relacionada con una sesión psicoanalítica, y si bien mantiene algo de ese espíritu catártico (en el capítulo 1 madre e hijo discuten alocadamente), la afición del realizador por lo autos, y las posibilidades que le brindaban las cámaras digitales finalmente le dieron a la película la estructura conocida.
A propósito de las nuevas tecnologías el mismo Kiarostami reconoce en Ten on Ten, una indagación en sus forma de hacer, y entender el cine, que no la hubiera filmado si no hubieran existido las cámaras digitales.,
La necesidad del cineasta de experimentar con las nuevas tecnologías no se agotaría allí. En Five (2003), un montaje de 5 planos de 10 minutos cada uno aparentemente sencillo – en realidad hay detrás un trabajo de post producción importante-, Kiarostami también utilizó ese soporte e indagó en las posibilidades plásticas del mismo. Vale decir que en estos últimos años, otro tanto hizo el Sr. Abbas fuera del ámbito estrictamente cinematográfico: en sus instalaciones artísticas.

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