miércoles, 19 de septiembre de 2012

Unasur Cine, San Juan/El año del Tigre


Estuve unos días en la ciudad de San Juan, capital de la provincia homónima, a propósito del primer Festival de Cine de la UNASUR que se desarrolla del 15 al 22. La inauguración, a la que asistió el gobernador de la provincia Ing. José Luis Gioia junto a embajadores de la Unasur, el Secretario de Cultura de la Nación Sr. Jorge Coscia y la directora del festival Paula de Luque,  tuvo lugar en la playa seca del Centro Cívico. La película de Apertura fue Aballay de Fernando Spiner seguida de un cóctel en el mismo lugar.


(Oscar Ranzani)


(frente Dirección de Turismo)

Uno de los aciertos es que el festival se realiza en una geografía distante de la capital, en medio de unos de los entornos más hermosos del país: la Región de Cuyo. Otro de los aciertos es que el espectador, o el profesional del cine como es mi caso, tiene la posibilidad de entrar en contacto directo y sin muchos rodeos con las películas que se están produciendo en la región a las que, paradójicamente, fuera de los festivales no tenemos prácticamente acceso en los canales tradicionales de exhibición. Festivales así ayudan a entender un poco más el mapa cinematográfico de la región porque las películas se pueden ver una detrás de otra. Es que, a veces, en el contexto de otro festival las películas latinoamericanas no ocupan el centro de la escena. O uno mismo privilegia ver películas de países a los que quizás nunca vaya. Países que quedan lejos simbólica y geográficamente.

La Argentina necesita un festival así: temático y especializado como lo tienen Perú y Cuba y como, en algún momento, intento ser el Festival de Mar del Plata. Sé que algunos no están de acuerdo con esta premisa porque, dado el actual mapa de producción, a veces las películas que se dicen latinoamericanas tienen subvenciones de países europeos, y de alguna manera responden a ese canon, pero si consideramos a la nacionalidad de una película ligada a la autoría de quien, o quienes, la realizan, la cosa cambia. Por otro lado, que festivales así se consoliden quizás también coopere a que se produzcan películas que para mostrarse no estén sujetas o condicionadas por el “gusto” o el canon de los festivales de cine europeos.

Sin contar la apertura, en dos días vi 8 películas. Algunas de ellas, como El año del Tigre de Sebastián Leio, ya se habían exhibido en otros festivales del país, pero otras se exhibieron en calidad de pre estreno. Aquí no voy a hablar de las películas que me impactaron (sobre todo el documental ecuatoriana Mi corazón en el Yambo de María Fernanda Restrepo), o de aquellas que están prontas a proyectarse en Buenos Aires porque las guardo para mi cobertura para la revista Caras y Caretas que oportunamente subiré a este blog, pero si quiero decir algunas palabras de la película chilena citada más arriba.


El año del Tigre es, a mi criterio, una película que va al Chile profundo. El Chile de hazlo tú mismo, el Chile donde el Estado apenas llega, el Chile del Norte, o del Sur, como en este caso, que se hace con, y casi exclusivamente, el esfuerzo,  la inteligencia y la resilencia de la gente en un contexto de orfandad y de una naturaleza amenazante. Por supuesto en El año del Tigre esto está exacerbado porque acaba de pasar el Tsunami del 27 de febrero del 2010. Pero la película, y si bien se concentra en cierta trama (en seguir los pasos de su protagonista que en medio del caos se escapa de una cárcel) no habla solo del después de una catástrofe tan terrible sino, insisto, del sentimiento de estar a la deriva espiritual.

Una deriva que parece carnal bajo la piel de los personajes de El año del Tigre: del preso que se escapa, de la viejecita muerta, del cazador que, de alguna manera, pide que lo liberen de ese sentimiento con su propia muerte.  Un sentimiento tan potente que incluso el hombre prófugo prefiere volver a encerrarse que hacerle frente. La película está, además, atravesada de distintas referencias las cuales, depende quien la mire, pueden pertenecer al mainstream o al llamado cine de arte. Pero más allá de estos guiños (el del comienzo un tanto explícito)  el film logra transformarse en un “objeto” por sí mismo.

Me parece que con esta película Leio demuestra voluntad de filmar y de no repetirse. Pues si con su ópera prima (La Sagrada Familia) se focalizaba en personajes alienados pertenecientes a la clase media alta chilena, aquí se mete con la faceta del Chile menos explorado por la cinematografía chilena contemporánea y que los cineastas de la capital suelen eludir: la de los personajes que hablan bajito, a los que apenas se les entiende, y que tienen que autoabastecerse para subsistir. El modo en que cuenta esto es, en alguna medida, similar a aquella otra película: por momentos cámara en mano, acercamiento al rostro de sus actores, pero la comprensión de su país es distinta y más abarcativa.


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