martes, 6 de noviembre de 2012

Leonardo Favio/Aniceto

Este texto lo escribí cuando se estrenó Aniceto en el 2008, la última película de Leonardo Favio. Le agrego una foto que es de Leonardo en pleno rodaje, mirando por el objetivo. Quiero recordarlo así. Es que de acuerdo con distintas entrevistas que se estuvieron difundiendo en las últimas horas, él, como realizador, prestaba particular atención al encuadre, y a mirar por el objetivo. En una de esas charlas también dijo que su obra se acababa cuando se acababa su vida, y en eso me voy a tomar el atrevimiento de disentir...


Aniceto

Leonardo Favio es, sino el más, uno de los cineastas más importantes de la Argentina. Tiene, a diferencia de otros grandes directores como Manuel Antín, David José Kohon, Hugo Santiago y otros tantos, la particularidad de interesar a dos sectores de la cinematografía que en el país están, muchas veces, simbólicamente enfrentados: el público y la crítica o estudiosos. Leonardo es nuestro Hitchcock, si bien su cine poco se relaciona con el del maestro inglés. Su figura como cantautor fuera de la pantalla es, además, objeto de adoración: A veces en tanto sincero reconocimiento, otras como gesto simplemente kitsch o snob, sus canciones son citadas, o referidas, en la obra de varios colegas y coetáneos.


Los avatares de su vida y su lucha son también objetos de reflexión. Y a sus ’70 años las declaraciones hechas estos últimos días a propósito del estreno de Aniceto en el país, lo muestran como un hombre ameno, dulce, que da sus respuestas acerca de fuertes interrogantes como la muerte, el lugar del cine en la vida, las influencias, lo que significa ser de un lugar y terminar en otro y cómo se sobrelleva ese desgarro.

El estreno local de Aniceto tiene una importancia que excede lo meramente cinematográfico para transformarse en un hecho cultural de envergadura. Hace años que Favio no presenta una nueva película. En su caso el tiempo entre uno y otro film enaltece su producción dándole variaciones. Es que él, como siempre dice, no vive del séptimo arte: Sus necesidades para filmar son meramente artísticas y no económicas liberándolo de condicionamientos de todo tipo.

En cuanto a su estilo, éste transitó por distintas formas narrativas: Del neorrealismo/nouvelle vaguista propio de los años ’60 en Crónica de un niño solo a un ascetismo formal no exento de ecos bressonianos en El dependiente; de la exageración y las posibilidades técnicas con el 35 mm y el color en Nazareno Cruz y el lobo a la experimentación digital en Aniceto, sin dejar de mencionar sus reflexiones sobre le peronismo y su lugar en la sociedad en Gatica, el mono o Perón, sinfonía del sentimiento, Así, su filmografía toda podría ser estudiada como un muestrario de los movimientos artísticos y sociales de una parte del S.XX y principios del S.XXI en el país.

Al igual que sus contemporáneos más jóvenes, en Aniceto gracias a la tecnología digital, el cineasta amplificó las posibilidades plásticas de la imagen. Hay planos que por su artificiosidad remiten a las pinturas de Magritte, tanto como a la abstracción. Otro tanto podemos afirmar del sonido, muy presente a través del canto de unos grillos y la partitura musical. Pero también incorporó otras expresiones como la literatura y la danza, haciéndose eco de la frase del filósofo Alain Badiou: “El cine es todas las artes más una”.

La historia de la película está basada en el cuento de Zuhair Jury (su hermano) llamado El cenizo, el mismo que tiempo atrás le sirvió de inspiración para Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza... y unas pocas cosas más. Apenas comenzada la película, la suave voz del mismo Leonardo nos indica que ésta lo visitaba en sus desvelos y por eso decidió retomarla. La misma cuenta las vicisitudes de Aniceto (Hernán Piquín) entre dos amores: Francisca (Natalia Pelayo) que responde al estereotipo de la mujer de su casa del interior del país y Lucía (Julieta Baldoni), una variante de femme fatale. En el medio, y quizás en tanto verdadero objeto del amor del hombre, se encuentra un gallo el cual, es sabido, desencadena la tragedia final.

Dicho esto valga una aclaración: es cierto que la polarización entre estas dos mujeres podría parecer un tanto vetusta para ciertos parámetros de representación actuales, pero también lo es que ir a ver Aniceto no es ir a ver un melodrama. Finalmente, el desenlace ya lo conocemos.

Ir a ver Aniceto es como ir a ver una obra de teatro Noh japonés: Los espectadores conocen el final, pero igual van a disfrutar las habilidades para la representación de sus intérpretes y, en este caso, el prodigio para filmar de su demiurgo. Ir a ver Aniceto es conectarse con el placer que puede brindar el arte, eso que alguna vez alguien definió como opuesto al mundo, sin condicionamientos de cánones de ningún tipo.

De todas maneras, la película no se consume en su interioridad. Pues si lo que prima en la pantalla, chica sobre todo, es un naturalismo extremo el cual nos lleva a mirar como se practican en un quirófano operaciones de todo tipo que el cine nos proponga cada tanto conectarnos con otros aspectos de la realidad, la danza por ejemplo, es un acto de resistencia. 

Cierta vez, el cineasta iraní Abbas Kiarostami escuchó que su amigo Milan Kundera le contaba que su padre, al final de la vida, solo decía “¡Es extraño! ¡Es extraño!”. Abbas interpretó esa frase no como que el hombre no tuviera más que decir sino como resumen de su existencia, y a propósito del estreno de una de sus películas dijo: “Si me preguntaran qué hice yo como director de Ten, diría, nada. Sin embargo, si yo no existiera esta película no existiría… Estas son mis dos palabras, sintetizan casi todo.”
Aniceto, quizás sea las dos palabras de Leonardo Favio. Esperamos que el destino nos brinde su próximo film. 

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