jueves, 24 de enero de 2013

La mujer de mis pesadillas/Los Farrelly


La mujer de mis pesadillas

Un atónito Eddie Cantrow descubre al comenzar en La mujer de mis pesadillas (Bobby y Meter Farrelly) que en el casamiento de un amigo, y por su condición de hombre solo, lo han ubicado en la mesa de los solteros junto con niños y adolescentes de entre 10 y 15 años de edad. Sorprendidos por su falta de compañía, los púberes incurren en toda clase de preguntas que lo incomodan al punto de decir: "no está solo, es viudo y su esposa fue asesinada por un loco con un pica hielo". Esta mentira va a explicar uno de los malos entendidos más significativos de un film que - a tono con otras producciones de los hermanos norteamericanos como Loco por Mary, Amor Ciego o Irene, yo y mi otro yo – se construye, de acuerdo con el peruano Isaac León Frías “con una modalidad de humor que apela a la desmitificación de los postulados románticos tradicionales en el género, utilizando mecanismos de inversión del sentido (por ejemplo, la conversión de "la mujer de los sueños" en la mujer de las pesadillas, en este caso) y recurriendo a giros y detalles de carácter escatológico y trash” rompiendo las bases de lo que, se supone, una screwball comedy debe ser.  

Hay que señalar que el título original de la película no es el de la traducción al español sino otro bien diferente, y más moralizante con respecto al accionar de nuestro anti- héroe (el carismático Ben Stiller): “El chico rompecorazones” donde el pronombre KID, de acuerdo con afiche de IMDB y con la gramática sajona, está en letras más grandes que el resto de las palabras como si fuera un nombre: Eddie no es ningún chico y está pasando los cuarenta.

Cada país titula de acuerdo a los datos que posee sobre la idiosincrasia y el gusto de la posible audiencia. Señalemos que en nuestro caso (la Argentina), y a diferencia del título estadounidense, la responsabilidad está puesta del lado de la mujer. Quizás por eso Horacio Bernades en Página 12 al momento del estreno local del film se refirió a éste como misógino donde el sentido final es si con esta mujer no va, cambiala como si fuera un objeto.

Ciertamente, el film arranca cuando Eddie decide casarse con una mujer que apenas conoció pero parece sacada de una película de Hitchcock de los ’50: blonda, de ojos azulados, suave en sus gestos y pronunciaciones, que está buscando una relación más sentimental que sexual. El asunto cambia apenas iniciada la luna de miel y la mujer empieza a mostrar “su verdadero yo”.

En este sentido, La mujer de mis pesadillas, como gran parte de la producción de los Farrelly, opone los conceptos de lo que es y lo que parece ser. Lo interesante del caso en cuestión es que esa oposición está marcada por la tensión entre el “yo” de los personajes y el sistema simbólico dominante: generalmente el modo de ser americano - ¿será por eso que la película fue un fracaso de taquilla en Estados Unidos?-. Ampliemos. 

Repasando algunos de los films del dúo estrenados en la Argentina encontramos, por ejemplo, que el problema de Jack Black, Hal, en Amor ciego era que gustaba del exterior de las mujeres, de su apariencia física siempre a tono con el canon estético del consumo imperante, y el problema de Jim Carrey en Irene, yo y mi otro yo era el de una personalidad escindida. Aunque por distintos motivos, en ambos casos el objetivo de los protagonistas era llegar a cierta verdad sobre sí mismos más allá de los condicionamientos sociales. Sorprendentemente, lo bueno de los finales de los Farrelly es que esa verdad (lo real) termina imponiéndose por sobre lo simbólico. Incluso la predilección por referir a los distintos fluidos corporales en su filmografía (el semen en Loco por Mary, los mocos en La mujer de mis pesadillas) remitiría también a lo reprimido tanto como a mostrar lo que se supone una comedia de enredos no debería.

En La mujer de mis pesadillas el tema central es el casamiento: uno de los eventos sociales más importantes de la agenda cultural norteamericana (he escuchado decir a variados personajes en distintas oportunidades que el hombre norteamericano que se precie como tal debe proponerle matrimonio a una mujer) y en otras idiosincracias: Y en una idiosincracia como la argentina el o la soltera también está de alguna manera estigmatizado. ¿Acaso en la Argentina, lectoras, no se han sentido intimidades cuando les pidieron en una fiesta de casamiento exhibir las piernas frente a ilustres desconocidos para que les pongan una liga?

Lo cierto es que los Farrelly muestran los eventos del punto de vista de los que se suponen desplazados: el soltero en una fiesta de casamiento, la “gordita” en un desfile de sílfides. En síntesis, ponen el ojo en el sesgo. De allí que sus películas, aunque no sean gemas de la historia del cine, son interesantes. 

Copyleft Lorena Cancela

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