jueves, 28 de marzo de 2013

Artaud Doble Bill de Atom Egoyan


Atom Egoyan/Artaud Doble Bill

Fuente, cita y contexto en la era digital. No llorás nena, no llorás.

Hace tiempo que tengo una deuda pendiente. Escribir sobre el corto Artaud doble bill de Atom Egoyan producido por Marcy Gerstein  (lo exhibí el pasado Festival de Cine de Mar del Plata gracias a la gentil autorización de Ego Film Arts). El corto - integrante del opus colectivo To each his own cinema (Chacun son cinéma, 2007) comisionado por el 60 th Festival de Cine de Cannes., es un juego intertextual entre películas que, a su vez, tratan de personas que miran películas.

Hagamos una breve descripción: una espectadora entra a un cine a ver Vivir su vida (1962) de Jean Luc Godard y comienza a intercambiar mensajes de texto por su celular con alguien que también está en el cine. Esta otra persona está mirando El Liquidador (1991) de Atom Egoyan (The adjuster). Esta está mirando la escena en la cual la protagonista femenina de la película (la esposa del asegurador interpretada por Arsinée Khanjian) está haciendo su trabajo: cortando determinadas escenas de algunas películas para su clasificación.

En la proyección de Vivir su vida, Anna Karina llora al mirar La pasión de Juana de Arco de Carl Dreyer. Aunque el director no usó el Split Screen distintas “pantallas” ocupan el mismo cuadro alternadamente: la pantalla de la película de Godard, la pantalla de la película El Liquidador, las pantallas de las películas citadas en dichas películas (La pasión… y las películas porno soft) y, a su vez, las pantallas visores de los respectivos celulares. 


En Artaud doble Bill la intertextualidad poliglósica (hay muchas citas y muchos hablan simultáneamente) no se produce solo entre texturas similares (el 35 mm cita al 35mm por ejemplo) sino entre fuentes que tienen materialidades distintas: lo analógico (a su vez y sus variados milimetrajes) y lo digital. Pero el “juego” no se agota solo en hacer convivir en el mismo cuadro materialidades diferentes. El tema aquí no es tanto el soporte, el dónde, o la estética, el cómo –preocupaciones comunes a otras películas del cineasta - sino que Egoyan está poniendo en jaque el concepto de cita y de fuente en la era digital.

Repasemos. Por un lado, está la cita de la película sonora a la película muda en Vivir su vida, por el otro lado está la cita a la película porno soft en el Liquidador, y por último está la “cita” que las espectadoras interactivas hacen, a través de la pantalla visor de su celular, a las películas que están mirando. Una de ellas ancla una imagen de La Pasión de Juana de Arco con una hermosa frase: “Artaud es beatiful” y al sacar de contexto el rostro del genial actor y teórico crea una secuencia distinta. Pues para la espectadora  que está mirando El Liquidador: ¿cómo funciona esta frase con este rostro? La espectadora que recibe el rostro de Artaud (con su nuevo sentido) ¿sabe quién es Artaud? ¿Sabe por qué aparece Artaud en la película que le relata su amiga?



A nosotros, espectadores fuera de este juego, no se nos brinda esa información. No sabemos qué une a estas amigas y cuáles son sus profesiones, gustos o disgustos, referencias o silenciosos entendimientos, apenas las conocemos a través de la mano con la que manejan sus celulares. Para cada una de ellas, la cita (la imagen proyectada invertida en sus respectivas pantallas visores) funciona igual que un laberinto de espejos: Pueden ver la imagen pero no pueden saber de qué fuente proviene, cuál es su contexto.

Luego adviene “La mort.”. El director se está refiriendo no tanto a la muerte del cine sino a la muerte de un tipo de espectador, a la destrucción de una forma de ver y sentir el cine: en solitario, en la sala de cine, en la oscuridad, en silencio. Egoyan describe con sutileza e inteligencia una nueva forma de relacionarse con una película: de manera desacralizada y con poco del ritual de antaño. La entrada abrupta de una pareja en la sala mientras se proyecta Vivir su vida es, también, ejemplificativa en este sentido.


Como lo es, además, que esta “nueva espectadora” de Vivir su vida, a diferencia de Anna Karina, no llora. No se identifica con Anna, su llanto, y por ende con Juana. Se conecta con la película para hacerla participar a su amiga. El cine dejó de ser el panteón sagrado donde los espectadores se ensimismaban con la pantalla y lo que tenían enfrente a través de su alma, en soledad y silencio, para transformarse en una experiencia interactiva.

Una manera brillante de un director genial para decir lo que algunos dicen, otros piensan, otros sienten: que la sala de antaño (la sala comercial donde se compraba la entrada, por ejemplo, para ver a Godard) está, igual que la del Dragon Inn – y valga la asociación con esta demoledora película de Tsai Ming Liang-, casi vacía

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