Dedicarse a la crítica de cine no
es fácil. Contrariamente al lugar común que considera al crítico un ocioso, un
tipo que vive de lo que otros hacen, creo que el crítico (al menos como yo
entiendo a la crítica y tal como lo definí en Estado Transitorio) es un
luchador. Para un crítico que realmente ama al cine (que tiene un vínculo desinteresado,
o interesado pero en términos estrictamente intelectuales o emocionales o espirituales)
no siempre es fácil llegar a un festival. A veces hay que sortear distintos
obstáculos para hacer algo que, por otro lado y a primera vista, no es un
fundamental. Porque, seamos, sinceros, mirar películas no es algo fundamental. En
el estado actual del mundo (donde laten guerras, todavía hay gente que pasa
hambre o vive en la calle al rayo del sol o el frío más cruel, frente a la
trata de personas, una naturaleza que nos advierte del daño que le estamos
haciendo) mirar películas no es algo fundamental.,
Sin embargo, esa inutilidad de la
crítica es la que la hace interesante. Que la crítica no sirva para nada es
lo que hace a la crítica necesaria en un mundo utilitario donde tener
es valer, donde tantos contactos tienes tanto vales…. Los que se quejan de la
crítica de cine quizás se quejan de algunos que hacen crítica, o dicen hacerla.
Los que hacen de la crítica algo utilitario, o usan al cine para sacar algún
rédito: material, momentáneo, mundano, mediocre, a corto plazo. Sin crítica,
sin tipos que hicieron y honran la actividad, no habría festivales de cine,
como el de Mar del Plata que, por ejemplo, surgió por iniciativa del Presidente
Juan Domingo Perón y continuó gracias a la labor de un grupo de críticos que
engrandecieron a la profesión y al mundo.
En su vigésimo octava edición, el Festival de Mar del Plata tiene a uno de los mejores cortos institucionales realizado por el genial Juan
Pablo Zaramella. El director de la multipremiada Luminaris realizó un corto que sintetiza la ciudad y lo onírico del
cine a través de un lobo de mar animado que recorre y atraviesa distintos espacios.
Antes variados cortos de Sucesos Argentinos (el noticiero que se proyectaba en los
cines argentinos antes de cada película) cumplen con una de las funciones más
importantes de los festivales: educar. Los cortos educan no exclusiva o
necesariamente por el contenido que muestran (uno de los cortos es muy
anacrónico en este sentido porque invita a denunciar a los que maltratan a las
paradas de colectivos: que eran literalmente palos donde se pintaban los
números) sino porque dan cuenta de cómo pensaba, sentía, o se buscaba forjar y
construir el entramado social.
Y si de entramados sociales
hablamos no puedo dejar de referirme en este primer post a la película Bright Day del iraní Hassein Shahabi.
En la línea de películas como La
Separación de Fahardi, e incluso Ten
de Abbas Kiarostami (dos realizadores que, y en respuesta a mi pregunta, el
mismo Hassein citó como referencias en la conferencia de prensa que dio en el
festival) Bright Day da cuenta de
unas horas en la vida de una maestra de jardín de infantes, Farhoudi, que
ayudada por el remisero Kiani trata de reclutar testigos para un juicio que
puede llevar a un hombre (el padre de
una alumna suya) a la muerte. Sin embargo, el juicio apenas se muestra (marcando
una distancia con películas como Primer
Plano o la citada La Separación)
y el foco está puesto en el periplo emocional y moral de esta mujer que lucha
por lo que cree que es justo, y lo que tiene que enfrentar por eso.
Bright Day no es una película perfecta, ni es una obra maestra de
la cinematografía pero rescata el espíritu del mejor cine iraní: aquel que cree
que a través de una cámara se puede descubrir al mundo y a los seres humanos y
sus almas.
Si de descubrir al mundo se
trata, de ese cine que algunos teóricos han definido como enciclopédico, no
puedo dejar de mencionar a India de
Roberto Rosellini. Esta película de 1959 que el festival proyecta en copia
restaurada – aunque en la función que asistí hubo problemas con el color –
cumple con eso del cine como ventana abierta al mundo. Ahora bien, este
concepto no debería interpretarse como sinónimo de un recorte neutral del mundo.
De hecho el mismo Rosellini, a través de la voz off del comienzo que etiqueta y
compara, deja en evidencia la presencia de un narrador no neutro que nos
introduce a la India. Claro que la genialidad del italiano radica, entre otras
cosas, en que avanzado el relato él le da la palabra a los habitantes de los
lugares que visita para que cuenten su historia en tono ficcional. O sea, por
un lado, Rosellini se corre del lugar del que filma y enmarca la mirada (el que
juzga, clasifica y etiqueta lo que ve) y por el otro rompe con la frontera de
lo que supone un documental debe ser.
El capítulo dedicado a los
elefantes es antológico. Rosellini, y tal como ha demostrado en otras de sus
películas ficcionales, filma como nadie a los animales, y a estos en su
relación con el hombre para bien y para mal. Ver este tipo de películas
justifica el traslado a Mar del Plata.
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