viernes, 7 de marzo de 2014

True Blood/Sookie, una heroína especial

Si hay una auténtica damisela en apuros en el vasto reino de las series televisivas contemporáneas esa es Sooki Stackouse de True Blood. Esta mujercita, interpretada brillantemente por Anna Paquín, la nena de La Lección de Piano de James Campion y también mutante de los X-Men, atrae a todo vampiro que anda suelto en el pueblo de Bon Temps y sus alrededores. Basada en la saga de The Southern Vampire Mysteries de Charlaine Harris, la acción de la serie está situada en el estado de Luisiana, en el sur de los Estados Unidos, donde se dan cita personajes fantásticos de todo tipo (vampiros, hombres cambiantes) y confluyen mitos (como el de Dionisios), deidades malvadas, como Lilith, e historias de terror y no tanto.  

Si algo define al producto de HBO –creado por Alan Ball el mentor de la fantástica Six Feet Under y guionista del film Belleza Americana- es la hibridación y revisión del género de vampiros centrándose sobre todo en el personaje femenino. Para ubicarnos en la trama digamos que en el citado pueblo son forzados a convivir humanos y vampiros. El título (True Blood, Sangre Verdadera) refiere a la bebida con la cual se alimentan los vampiros. Aperitivo que es un oxímoron en sí mismo puesto que esa sangre es artificial y fue creada para que los vampiros no se alimenten de los humanos. Lo cual es otro oxímoron porque ser vampiro es alimentarse de humanos. Sobre esta paradoja, y tensión, se asienta una de las tramas principales de la serie, y a partir de ella se bifurcarán gran cantidad de sub-tramas a lo largo de las distintas temporadas: Seis hasta el momento en vísperas de que se estrene la séptima y, aparentemente, última.

Pero ¿qué diferencia a Sookie de, por ejemplo, Mina de Drácula, Bella de Crepúsculo o Buffy de la Cazavampiros? ¿Qué es lo que hace a Sookie particular? En principio, su aspecto físico. Sookie no es esbelta (como las mujeres encorsetadas dieciochescas), ni es una muchachita escuálida, o lánguida. Tampoco es una eximia atleta capaz de vencer a sus enemigos con patadas voladoras. Su poder, en todo caso, radica en leer las mentes: una actividad más intelectual, e incluso emocional, que física. Es más, cuando a lo largo de los distintas temporadas descubra que tiene otro don (el del rayo de luz por su condición de hada) este lo utilizará de manera aleatoria y bastante torpemente. Si Sookie tiene un poder, es el poder de la seducción, de la empatía con su entorno. Es esta, y su sensibilidad, la que generalmente la lleva a vencer los obstáculos e, incluso, a salvar a sus seres queridos.

Sookie tiene otra particularidad: Si bien en las primeras temporadas está profundamente enamorada de Bill Compton (Stephen Moyer que ha dirigido algunos capítulos, el esposo de Anne en la vida real) también se siente atraída por otros sujetos. Desde ya, su atracción hacia Eric Northam (el sueco Alexander Skarsgård) es la más notoria e irá creciendo y consumándose a lo largo de los capítulos, pero Sookie también tiene aproximaciones con Sam Merlotte (un shaper, Sam Trammel) y luego Alcide, un hombre lobo interpretado por Joe Manganiello.

Es cierto que este ir y venir del deseo está también de alguna manera presente en esa otra mutación del género de vampiros que es el éxito comercial Crepúsculo con Bella pivoteando entre el vampiro Edward y el lobo Jacob, pero mientras en esta última hay claramente una jerarquía sentimental y estética - Jacob está relegado a ser el segundo de la historia, el secundario -, con Sookie y sus hombres no es exactamente así. De hecho, lo que empieza como una gran historia de amor entre ella y Bill, termina mutando en una historia de amor no asumida entre ella y Eric, con coqueteos en el medio con Alcide y Sam.

Esto es lo que también hace que Sookie sea una mujer como cualquier otra. Su deseo y su amor no es unidireccional, absoluto y totalmente exclusivo para con un solo sujeto masculino (no podemos decir hombre porque a Sookie claramente no le atraen los humanos). Su libido es, en el mejor sentido, inestable, mundana, terrenal, no está dirigida hacia un solo lugar.

Dentro del género de vampiros, en lo que al rol de la mujer respecta, esta variación marca una significativa diferencia. Sookie no es una mujer impotente porque ama a un hombre, el conde Drácula, pero se va a casar con otro (Jonathan). Sookie no es elegante y/o aristocrática como Mina de la tradicional Drácula – e incluso la de sus distintas versiones como la acertada revisión que hizo Copola en 1992 –, ella es una camarera de un bar, en todo caso de nobles sentimientos y con una sexualidad desbordante que va hacia distintas direcciones y que no teme, ni duda, si se quiere acostar con uno u otro sujeto.

En Drácula, Mina desea consumar el amor carnal con el vampiro pero no lo puede asumir concientemente. Un perfil, digamos histérico, lleva a Mina a fantasear, ya en sueños diurnos o nocturnos, con un encuentro carnal con el Conde de Transilvania. A los ojos de los espectadores a veces este sueño, como en el caso de la película de Copola, es la presencia real del Conde en el cuarto de Mina. Por el contrario, en True Blood Sookie no solo se acuesta con Bill en unas cuantas oportunidades sino también con Eric y en un capítulo, aunque en un plano onírico, se acuesta con los dos.


Por otro lado, a Sookie generalmente la vemos vestida con sus camisetas de algodón con flores y/o con su delantal de camarera. Los creadores de esta serie han dejado el glamour - propio hasta el momento del aspecto icónico que rodea a las historias de vampiros y sus protagonistas-, para los personajes secundarios femeninos de Pam y Jessica. Y no por casualidad son ellas también las que responden a un ente masculino (Eric y Bill respectivamente). Como si su actitud, responder a lo masculino, fuera algo del pasado, un código perimido, al menos hasta que Eric libera a Pam y esta da rienda suelta a su pasión con Tara, la amiga de Sookie, transformada en vampiro.

Sookie tampoco vive en una mansión (su hogar es una casa de clase media), su abuela,  asesinada los primeros capítulos de la serie, no tiene alcurnia, y su hermano, Jason, es un muchacho bastante rústico. Ninguno de los miembros de la familia Stackhouse son metatextuales, en el sentido que reflexionan o se lamentan por su condición. Es cierto que tienen dudas sobre su ascendencia de hadas y la muerte de sus padres pero no hacen de eso un drama existencial. Los hermanos Stackhouse son seres de acción, trabajadores con empleos fijos. Es más, el hecho de ir o no ir al trabajo, de estar presente, o ausente, es uno de los temas que flotan en la trama a lo largo de la historia.

El más reflexivo de todos los personajes es Bill Compton. Él sí se lamenta por ser vampiro, por haber matado gente, se pregunta todo el tiempo qué está bien y qué está mal. Cuando se transforma en un ser perverso, acusa a su bondad de haberlo perturbado. Si Sookie funciona como una suerte de nueva heroína, Bill expresa el malestar de la hibridación del género. El monólogo lastimero de Bill en la quinta temporada donde, en un reducto de la Autoridad (la Casa Rosada vampira), explica el por qué de su transformación malvada es casi un racconto del vampirismo y su mutación a lo largo de los años y, sobre todo, de la figura del vampiro: Bill se lamenta por haber sido bueno frente a un Eric ya más benévolo que malévolo y que ha cobrado fuerte protagonismo en la serie.

En este contexto de transformaciones, no debería llamar la atención que dos de los villanos más interesantes de la serie sean mujeres. La primera de ellas es la ménade Maryann, cultora del dios Dionisio, que hechiza a los habitantes de Bon Temps y los invita a su casa a celebrar auténticas fiestas orgiásticas. Ella está allí más por Sam (el shaper) que por Sookie y tiene un interés especial en Tara que a lo largo de la serie mutará de la heterosexualidad al lesbianismo y de la humanidad al vampirismo. Maryann es una auténtica hechicera, una mujer con un encanto irresistible que atrae como imán a alguno personajes a su casa pero cuyo deseo más profundo es el de llevar a cabo un sacrificio.
Maryann cumple perfectamente con la polaridad planteada por el filósofo Nietzsche de lo apolíneo y lo dionisíaco: De día su casa está llena de música y frutas, de luz y armonía, pero a la noche – cuando da rienda a su sed dionisíaca- la casa, y el parque, se transforman en el escenario perfecto para el sexo desenfrenado e incluso la violencia. De alguna manera, expresa lo que palpita en la profundidad de un pueblo que se muestra conservador hacia el exterior pero que está movido por ocultos deseos.

Marnie es otra villana de la serie. Ella puede comunicarse con los muertos hasta que el espíritu vengativo de Antonia la posee y clama por venganza. Antonia viene de la Inquisición y fue acusada de bruja. No podemos hablar de precisiones históricas respetadas fielmente (estamos en Hollywood finalmente y esto es no deja de ser una ficción) pero sí destacar que a su manera la serie también rescata mártires femeninos de la Historia. Incluso, hay otra mártir, una mujer iraquí salvajemente asesinada en la Guerra de Irak, que clama por venganza. Y los autores poéticamente, y no tanto, se la dan.

La incorrección política es otro de los rasgos de la serie. En este sentido, no se priva de ridiculizar a las asociaciones de feligreses devotos (como los de la Hermandad del Sol) que están más deseosos de sangre y armados que el más feroz de los vampiros, o de sugerir que toda esposa fiel y predicadora de las buenas costumbres está en el fondo deseosa de un revolcón con un hombre que no sea su marido.
En fin, hay muchos aspectos más para describir sobre True Blood pero en esta entrega nos contentamos con dar cuenta de algunos enfocándonos sobre todo en su personaje principal: la genial Sookie Stackhouse.



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