miércoles, 19 de marzo de 2014

Películas Pantalla Pinamar 2014/Cápsulas

Es sabido: los festivales de cine son el espacio en el cual podemos relacionarnos con películas que no llegan al circuito comercial. Aún cuando los festivales tengan una suerte de “circuito”, y sus relaciones diplomáticas e incluso comerciales entre sí, son el lugar propicio para descubrir obras como El Examen del húngaro Péter Bergendy (2011), una auténtica gema de bajo presupuesto, y alta calidad artística, desconocida en estas tierras y que nos conecta con un país que ha contado, y cuenta, con cineastas como el recientemente fallecido Miklós Jancsó, o Béla Tarr.


Al comenzar El Examen parece otra película más de espionaje en la época de la cortina de hierro. Pero con el correr del metraje el film va mutando en una película de conspiración con tintes de cine negro y paródicos. Gabriella Hamori funciona como una femme fatale que se mueve sin tapujos en un mundo de sobretodos grises. Aunque no es el cruce de géneros, o la rescritura de los mismos, lo más importante en este film. Tampoco el absurdo y lo patético de la vigilancia, como lo muestra La vida de los otros. Lo que más llama la atención es la manera en la cual dentro de ese mundo burocrático las almas de los hombres se corrompen y cruzan todo límite moral. Un excelente guión, una iluminación acorde, actuaciones armoniosas hacen que su director sea un nombre a tener en cuenta. 

El Pasado (2013) de Asghar FarhadiPor esta película, Bérénice Bejò obtuvo el Premio a la Mejor actriz en el festival de cine de Cannes. En algún momento se rumoreó que se lo dieron a ella porque no podían dárselo a Adele Exarchopoulos porque premiaron a la película donde participaba. Pero, la actuación de Bejó es sutil y verosímil. El iráni Farhadi vuelve a diseccionar el momento de un divorcio (en este caso donde ya ha pasado un tiempo de la separación y las partes han acordado firnarlo) y lo hace enfrentando lo doloroso del asunto.  A contramano de algunas películas que festejan los divorcios, Farhad no esquiva mostrar los sentimientos de desgarro que atraviesan sus partes (hijos incluidos), y lo dificultoso que es rearmar una nueva vida.

Porque los personajes de El Pasado están tratando de re armarse pero les cuesta. El director nos lo muestra en el pasaje emocional que- quizás- los lleve de un estado a otro. Esto  les da un aire fantasmático a cada uno pues todos están condicionados por lo que pasó, o no pasó: una mujer con ganas de rearmar su vida con otro hombre se enfrenta a una mujer postrada, una adolescente con ganas de haber tenido a su papá al lado más años, debe lidiar con la posible convivencia de su madre con otro hombre.

Como no podía ser de otra manera tratándose de un talentoso cineasta iraní, que encima está acompañado en la fotografía por Mahmoud Kalari, parte del equipo de varias películas del maestro Abbas Kiarostami, la puesta en cuadro de la película (el aspecto formal) es magistral. Pero mientras otros directores del estilo dejan correr frente al lente a sus personajes y se preocupan más por la plástica de la imagen que por el sentimiento que estos atraviesan, Farhadi sigue a sus personajes en sus acciones o reacciones emocionales. La última escena de la película es, en este sentido, ejemplar: Un hombre (Samir) se está por ir de la sala de hospital donde se encuentra su esposa en coma, pero duda… y Farhadi nos muestra su duda, la escenifica, la hace material. Un gran logro dentro de una película con muchos otros.

Mandela  (2013) Justin Chadwick, con la canción de U2 Ordinary Love, es una película con rasgos de tele-film, como para dar en capítulos en algunos de los canales que se especializan en películas históricas. De todas maneras, la historia está bien llevada y a pesar de algunas caracterizaciones un tanto estereotipadas como la composición de Winnie, la combativa mujer de Mandela de la que se terminó separando porque ella no quería negociar con el Reino Unido, y un trazo grueso para contar algunas situaciones, se sostiene en sus casi dos horas y media de metraje con momentos realmente emotivos.

Lunchbox, amor a la carta (2013) de Ritesh Batra, es una película de esas donde la ficción y el documento se unen demarcando fronteras imperceptibles. Pues por un lado está la relación casual – aunque determinante- entre dos desconocidos solitarios que por distintos motivos empiezan a tener un intercambio epistolar, y por el otro lado palpita la imagen de una India que no se suele ver en los films de Bollywood. Es cierto que la película tiene un tinte for export- por este asunto de recurrir a la comida – pero no se queda allí. Más bien a partir de allí construye una interesante relación entre dos personajes que en el lapso de unos días dejarán correr sus vidas, y con ella sus deseos y frustraciones, en el papel.

De tal padre, tal hijo (2013) de Hirokazu Koreeda es una de esas películas que retoman a Ozu y sus películas de padres e hijos, pero en el Siglo XXI. Todo es perfecto en la vida de los Nonoyima hasta que un dato altera radicalmente sus vidas y deben relacionarse con otra familia que es diametralmente opuesta a la suya. A partir de allí Koreeda acompaña a sus personajes en un viaje emocional complejo (estamos hablando de la paternidad) y sinuoso. Con precisión casi científica, Koreeda nos muestra como las acciones que hacemos como adultos tomamos, o las cosas que decimos, repercuten en los niños que terminan siendo los más indefensos frente a nuestra neurosis.

Pero hay algo más en los estereotipos de familias que nos muestra Koreeda: hay dos modelos masculinos que se contraponen y presumiblemente dos ideas de Japón: una hiper tecnologizada y otra artesanal, casi hippy. Y si bien por momentos el estereotipo domina la película (el padre exitoso y rígido vs. el padre laxo pero más vago) por otros nos sumerge en un mundo emocional, de sentimientos encontrados, muy distinto a lo que solemos ver en otras películas japonesas. La película también muestra como, si bien la tecnología domina el paisaje, todavía se mantiene ciertas conductas ancestrales y una suerte de patriarcado donde los hombres toman casi todas las decisiones.


sábado, 15 de marzo de 2014

Pantalla Pinamar/Breve Bafici

Pantalla Pinamar cumple diez años. Desde su inauguración en diciembre del 2004 no ha cesado de crecer. Y sin embargo, en el equipo del festival no se nota. Es que este evento se destaca por su fluidez: aquí rara vez se escuchan gritos, no hay escenas histéricas en los pasillos, y su mismo director, el Sr. Carlos Morelli, siempre está bien dispuesto a resolver los pedidos, y atento a todo, sin ningún tipo de aire de superioridad (aunque nosotros sabemos que logros le sobran y que recibió de la mano de Gilles Jacob una distinción por difundir el Festival de Cine de Cannes en variadas oportunidades.)

Lo que comenzó como un festival enfocado en el cine de Europa, sobre todo de España, hoy también brinda espacios a cinematografías distantes, como la de la India, que este año está representada no solo en los clásicos musicales de Bollywood, sino también por una interesante película como Amor a la carta (Lunchbox) del Ritesh Batra, una fusión entre el documental y la ficción sustentada en el intercambio epistolar entre dos personas solitarias que, por distintos motivos, se unen por azar a través de la comida.

Pantalla Pinamar surge de la idea de darle continuidad en la costa atlántica argentina al evento cinematográfico europeo de Punta del Este, y de la convicción de su mentor, el Sr. Carlos Morelli, de reunir al público argentino con producciones de Europa. Y lo ha logrado, en estos diez años se dieron cita en el encuentro figuras como el director francés Laurent Cantet y el actor mundialmente conocido, y también cineasta, Kenneth Branagh.

Pero Carlos Morelli cada vez que puede destaca que “estos diez años son la suma de un esfuerzo compartido entre el INCAA, la Municipalidad de Pinamar, los hacedores del cine argentino, las embajadas y organismos del cine europeo, y un equipo muy fiel que conduzco. Pantalla Pinamar construyó una imagen muy coherente, muy prolija con respecto a la calidad. Es también la posibilidad de brindarle al espectador argentino las películas que el circuito comercial le niega por las razones que ya conocemos, del cine argentino de reestrenar y recordar sus mejores momentos”.

En este sentido, por ejemplo, el festival este año conmemora los 30 años del estreno de películas emblemáticas de la cinematografía nacional como La Patagonia Rebelde de Héctor Olivera, Quebracho de Ricardo Wullicher, La Tregua de Sergio Renán, o Boquitas Pintadas de Leopoldo Torres Nilson con Alfredo Alcón y Marta González con guión conjunto con Manuel Puig, el autor de la novela homónima, que en su proyección en la muestra en 35 mm, contó con un grupo de fiel seguidores.

Morelli es popularmente conocido por ser el co conductor del mítico ciclo Función Privada junto a Rómulo Berruti en el que sin perder la simpatía exhibían películas no solo de la cinematografía internacional sino también local. De hecho, fue el primer programa en la televisión donde se empezaron a exhibir cortos argentinos. El programa formó y despertó la curiosidad de incipientes cinéfilos como esta cronista que, escapando de la mirada paterna, se escabullía para ver películas de “grandes”.

(junto a Carlos Morelli)

Le pregunto a Carlos porque no me puedo contener: “¿Qué es Función Privada para vos?” “Es un recuerdo que me acompaña, estoy orgulloso de mantenerlo de alguna manera en el Cine que nos Mira, que va por TV Pública hace 12 años, pero acaricio el pasado, apuesto al futuro y vivo contento el presente.” Y es cierto, ya ha anunciado que se encuentra pensando la versión de Pantalla Pinamar del año próximo.


Breve Bafici: Durante los casi cuarenta años en que Sucesos Argentinos fue realizado, marcó el pulso de las transformaciones de la sociedad. A partir de una selección de estos noticiarios, el Museo del Cine de la Ciudad de Buenos Aires convocó a 25 realizadores argentinos para que realicen 25 cortometrajes en base a las variaciones del mismo material de archivo: tres episodios del popular noticiero “Sucesos Argentinos”. Entre los convocados se destacan Andrés Di Tella, Andrés Habegger, Rodrigo Moreno, Verónica Chen, Paulo Pécora, Mónica Lairana y Gustavo Fontán.

viernes, 7 de marzo de 2014

True Blood/Sookie, una heroína especial

Si hay una auténtica damisela en apuros en el vasto reino de las series televisivas contemporáneas esa es Sooki Stackouse de True Blood. Esta mujercita, interpretada brillantemente por Anna Paquín, la nena de La Lección de Piano de James Campion y también mutante de los X-Men, atrae a todo vampiro que anda suelto en el pueblo de Bon Temps y sus alrededores. Basada en la saga de The Southern Vampire Mysteries de Charlaine Harris, la acción de la serie está situada en el estado de Luisiana, en el sur de los Estados Unidos, donde se dan cita personajes fantásticos de todo tipo (vampiros, hombres cambiantes) y confluyen mitos (como el de Dionisios), deidades malvadas, como Lilith, e historias de terror y no tanto.  

Si algo define al producto de HBO –creado por Alan Ball el mentor de la fantástica Six Feet Under y guionista del film Belleza Americana- es la hibridación y revisión del género de vampiros centrándose sobre todo en el personaje femenino. Para ubicarnos en la trama digamos que en el citado pueblo son forzados a convivir humanos y vampiros. El título (True Blood, Sangre Verdadera) refiere a la bebida con la cual se alimentan los vampiros. Aperitivo que es un oxímoron en sí mismo puesto que esa sangre es artificial y fue creada para que los vampiros no se alimenten de los humanos. Lo cual es otro oxímoron porque ser vampiro es alimentarse de humanos. Sobre esta paradoja, y tensión, se asienta una de las tramas principales de la serie, y a partir de ella se bifurcarán gran cantidad de sub-tramas a lo largo de las distintas temporadas: Seis hasta el momento en vísperas de que se estrene la séptima y, aparentemente, última.

Pero ¿qué diferencia a Sookie de, por ejemplo, Mina de Drácula, Bella de Crepúsculo o Buffy de la Cazavampiros? ¿Qué es lo que hace a Sookie particular? En principio, su aspecto físico. Sookie no es esbelta (como las mujeres encorsetadas dieciochescas), ni es una muchachita escuálida, o lánguida. Tampoco es una eximia atleta capaz de vencer a sus enemigos con patadas voladoras. Su poder, en todo caso, radica en leer las mentes: una actividad más intelectual, e incluso emocional, que física. Es más, cuando a lo largo de los distintas temporadas descubra que tiene otro don (el del rayo de luz por su condición de hada) este lo utilizará de manera aleatoria y bastante torpemente. Si Sookie tiene un poder, es el poder de la seducción, de la empatía con su entorno. Es esta, y su sensibilidad, la que generalmente la lleva a vencer los obstáculos e, incluso, a salvar a sus seres queridos.

Sookie tiene otra particularidad: Si bien en las primeras temporadas está profundamente enamorada de Bill Compton (Stephen Moyer que ha dirigido algunos capítulos, el esposo de Anne en la vida real) también se siente atraída por otros sujetos. Desde ya, su atracción hacia Eric Northam (el sueco Alexander Skarsgård) es la más notoria e irá creciendo y consumándose a lo largo de los capítulos, pero Sookie también tiene aproximaciones con Sam Merlotte (un shaper, Sam Trammel) y luego Alcide, un hombre lobo interpretado por Joe Manganiello.

Es cierto que este ir y venir del deseo está también de alguna manera presente en esa otra mutación del género de vampiros que es el éxito comercial Crepúsculo con Bella pivoteando entre el vampiro Edward y el lobo Jacob, pero mientras en esta última hay claramente una jerarquía sentimental y estética - Jacob está relegado a ser el segundo de la historia, el secundario -, con Sookie y sus hombres no es exactamente así. De hecho, lo que empieza como una gran historia de amor entre ella y Bill, termina mutando en una historia de amor no asumida entre ella y Eric, con coqueteos en el medio con Alcide y Sam.

Esto es lo que también hace que Sookie sea una mujer como cualquier otra. Su deseo y su amor no es unidireccional, absoluto y totalmente exclusivo para con un solo sujeto masculino (no podemos decir hombre porque a Sookie claramente no le atraen los humanos). Su libido es, en el mejor sentido, inestable, mundana, terrenal, no está dirigida hacia un solo lugar.

Dentro del género de vampiros, en lo que al rol de la mujer respecta, esta variación marca una significativa diferencia. Sookie no es una mujer impotente porque ama a un hombre, el conde Drácula, pero se va a casar con otro (Jonathan). Sookie no es elegante y/o aristocrática como Mina de la tradicional Drácula – e incluso la de sus distintas versiones como la acertada revisión que hizo Copola en 1992 –, ella es una camarera de un bar, en todo caso de nobles sentimientos y con una sexualidad desbordante que va hacia distintas direcciones y que no teme, ni duda, si se quiere acostar con uno u otro sujeto.

En Drácula, Mina desea consumar el amor carnal con el vampiro pero no lo puede asumir concientemente. Un perfil, digamos histérico, lleva a Mina a fantasear, ya en sueños diurnos o nocturnos, con un encuentro carnal con el Conde de Transilvania. A los ojos de los espectadores a veces este sueño, como en el caso de la película de Copola, es la presencia real del Conde en el cuarto de Mina. Por el contrario, en True Blood Sookie no solo se acuesta con Bill en unas cuantas oportunidades sino también con Eric y en un capítulo, aunque en un plano onírico, se acuesta con los dos.


Por otro lado, a Sookie generalmente la vemos vestida con sus camisetas de algodón con flores y/o con su delantal de camarera. Los creadores de esta serie han dejado el glamour - propio hasta el momento del aspecto icónico que rodea a las historias de vampiros y sus protagonistas-, para los personajes secundarios femeninos de Pam y Jessica. Y no por casualidad son ellas también las que responden a un ente masculino (Eric y Bill respectivamente). Como si su actitud, responder a lo masculino, fuera algo del pasado, un código perimido, al menos hasta que Eric libera a Pam y esta da rienda suelta a su pasión con Tara, la amiga de Sookie, transformada en vampiro.

Sookie tampoco vive en una mansión (su hogar es una casa de clase media), su abuela,  asesinada los primeros capítulos de la serie, no tiene alcurnia, y su hermano, Jason, es un muchacho bastante rústico. Ninguno de los miembros de la familia Stackhouse son metatextuales, en el sentido que reflexionan o se lamentan por su condición. Es cierto que tienen dudas sobre su ascendencia de hadas y la muerte de sus padres pero no hacen de eso un drama existencial. Los hermanos Stackhouse son seres de acción, trabajadores con empleos fijos. Es más, el hecho de ir o no ir al trabajo, de estar presente, o ausente, es uno de los temas que flotan en la trama a lo largo de la historia.

El más reflexivo de todos los personajes es Bill Compton. Él sí se lamenta por ser vampiro, por haber matado gente, se pregunta todo el tiempo qué está bien y qué está mal. Cuando se transforma en un ser perverso, acusa a su bondad de haberlo perturbado. Si Sookie funciona como una suerte de nueva heroína, Bill expresa el malestar de la hibridación del género. El monólogo lastimero de Bill en la quinta temporada donde, en un reducto de la Autoridad (la Casa Rosada vampira), explica el por qué de su transformación malvada es casi un racconto del vampirismo y su mutación a lo largo de los años y, sobre todo, de la figura del vampiro: Bill se lamenta por haber sido bueno frente a un Eric ya más benévolo que malévolo y que ha cobrado fuerte protagonismo en la serie.

En este contexto de transformaciones, no debería llamar la atención que dos de los villanos más interesantes de la serie sean mujeres. La primera de ellas es la ménade Maryann, cultora del dios Dionisio, que hechiza a los habitantes de Bon Temps y los invita a su casa a celebrar auténticas fiestas orgiásticas. Ella está allí más por Sam (el shaper) que por Sookie y tiene un interés especial en Tara que a lo largo de la serie mutará de la heterosexualidad al lesbianismo y de la humanidad al vampirismo. Maryann es una auténtica hechicera, una mujer con un encanto irresistible que atrae como imán a alguno personajes a su casa pero cuyo deseo más profundo es el de llevar a cabo un sacrificio.
Maryann cumple perfectamente con la polaridad planteada por el filósofo Nietzsche de lo apolíneo y lo dionisíaco: De día su casa está llena de música y frutas, de luz y armonía, pero a la noche – cuando da rienda a su sed dionisíaca- la casa, y el parque, se transforman en el escenario perfecto para el sexo desenfrenado e incluso la violencia. De alguna manera, expresa lo que palpita en la profundidad de un pueblo que se muestra conservador hacia el exterior pero que está movido por ocultos deseos.

Marnie es otra villana de la serie. Ella puede comunicarse con los muertos hasta que el espíritu vengativo de Antonia la posee y clama por venganza. Antonia viene de la Inquisición y fue acusada de bruja. No podemos hablar de precisiones históricas respetadas fielmente (estamos en Hollywood finalmente y esto es no deja de ser una ficción) pero sí destacar que a su manera la serie también rescata mártires femeninos de la Historia. Incluso, hay otra mártir, una mujer iraquí salvajemente asesinada en la Guerra de Irak, que clama por venganza. Y los autores poéticamente, y no tanto, se la dan.

La incorrección política es otro de los rasgos de la serie. En este sentido, no se priva de ridiculizar a las asociaciones de feligreses devotos (como los de la Hermandad del Sol) que están más deseosos de sangre y armados que el más feroz de los vampiros, o de sugerir que toda esposa fiel y predicadora de las buenas costumbres está en el fondo deseosa de un revolcón con un hombre que no sea su marido.
En fin, hay muchos aspectos más para describir sobre True Blood pero en esta entrega nos contentamos con dar cuenta de algunos enfocándonos sobre todo en su personaje principal: la genial Sookie Stackhouse.