jueves, 19 de febrero de 2015

Birdman...

Unos años atrás, El último Elvis sorprendía por su protagonista: Un hombre que no solo se caracterizaba como el popular cantante del título sino que medía sus acciones como si fuera este mismo. Su tragedia, quizás como le de todo imitador y ferviente admirador, era que su vida real distaba mucho de ser como la del verdadero Elvis. El combate del personaje con su entorno funcionaba como excusa para recrear un mundo melancólico, donde los sueños eran casi imposibles de alcanzar. Su director, Armando Bó, nieto del mítico Armando, sorprendía con una ópera prima que no se parecía a ninguna otra local.


Con Birdman Armando Bo vuelve a ser noticia: junto con Iñárritu, Giacobone y Dinelaris es guionista del último trabajo del talentoso mexicano que compite el próximo domingo como Mejor Película en los Premios Oscar. En una entrevista para el programa Plumas, bikinis y tango conducido por Rómulo Berruti por la 2 x 4, Giacobone, desde Los Ángeles, sostuvo que el film era sobre el ego, el “ego que todos tenemos” y no tanto una crítica a Hollywood. Efectivamente, la película es sobre el ego (y sus caprichos y deformaciones) pero es más que eso. Es una crítica a Hollywood, pero es también una mirada sin idealismos sobre la intelectualidad, el mundo artístico y sus miserias.

Giacobone sostuvo que la idea surgió de un sueño de Iñárritu en plano secuencia. Esto quizás sea lo que ha llevado erróneamente a algunos a interpretar al film como que está hecho de un plano secuencia. Pero este recurso, como su nombre lo indica, tiene que ver con la secuencia, la unidad dramática y aquí eso no se respeta. Formalmente, el recurso no es el mismo que el de El Arca Rusa que se filmó solo con una steady en una toma. Por otro lado, se percibe que hay algún tipo de montaje o superposición de imágenes sobre todo en las elipsis temporales de la noche al día.

Birdman (La inesperada virtud de la ignorancia) cuenta la historia de Riggan Thomson (Michael Keaton) un actor otrora celebrity por su rol de Birdman, un super héroe de un comic, que en el presente de la historia intenta por distintos medios dirigir y actuar una obra de Raymond Carver: “¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?”, en un teatro central de Broadway. Distintos obstáculos se le presentan a Riggan en su camino: una crítica de teatro déspota y elitista, un actor extremadamente narcisista y descontrolado (Edward Norton), su hija (Emma Stone), su actual pareja, el resto de la compañía pero su peor oponente es él mismo y los síntomas de una incipiente psicosis.

Desde ya, Birdman no es la primera película que cuenta la historia de una mente perturbada, ni tampoco la primera que lo hace en un entorno artístico. El año pasado, Cronenberg, en Polvo de Estrellas (2014), también trabajaba sobre lo mismo y más atrás en el tiempo podemos citar a Opening Night de Cassavetes una película con la que Birdman tiene algunas similitudes y otras tantas diferencias.

Algunas similitudes: el rodaje en la calle (sí, la calle y no el estudio), la noche de estreno una obra de teatro y este asunto de mirar las miserias de los actores. Sin embargo, el relato, la narración, también le debe a Antonioni. Por ejemplo, lo que en principio parece un sonido de una instancia por fuera de la historia después se transforma en un sonido in situ cuando vemos al baterista en la calle, lo que parece un sonido que escucha solo el personaje muta en una música que escuchan todos los personajes en campo. Por dar otro ejemplo, hay un momento en el film donde la cámara se detiene en el pasillo del teatro y no sigue a nadie, está como contemplando la nada, el silencio sin trama, se toma un respiro de su personaje principal y de su entorno tal cual como el italiano lo hace en El Pasajero.

Desde ya, hay elementos que remiten a la filmografía de John (los mencionados y la recurrencia a los tambores propios de Shadows) pero también usa modos que son afines a otras filmografías. Incluso leí que un colega refería que los créditos y las intromisiones son similares a las que usa Godard.

Pero Birdman no es un pastiche, tiene un guión original, potente, incómodo. Lejos está Iñárritu de justificar a Riggan en sus acciones aunque tampoco lo condena. La dialéctica que genera entre el héroe y el anti héro es más que interesante. Del lado del espectador, se transforma en una película intensa por la alternancia entre la identificación que proyectamos sobre Riggan en sus momentos tiernos, o de arrepentimiento, y el desprecio que sentimos en sus momentos de locura ególatra. Y ese vaivén entre un estado y otro se da en la misma escena, de un minuto al otro. Constantemente el espectador “es forzado” a leer la película saliendo de su zona de comodidad.

Aunque no es solo, o del todo, una película sobre un hombre en trance hacia la locura. El pequeño espacio del teatro termina siendo el reflejo de algo más amplio: de una sociedad desigual, estratificada, donde todos los personajes, si tienen la oportunidad, hacen un mal uso de la cuota de poder que les toca en suerte. Aquí, exceptuando a la ex esposa de Riggan, los personajes no ocultan sus miserias, y casi que las exponen autoritariamente, en su mayoría son seres  irritables, hipersensibles e intolerantes. Y eso, por supuesto, no es potencialmente una condición solo del actor.

El personaje de la crítica de teatro es el más elocuente en este sentido. Hay quien podría enojarse por como retratan a la crítica, una auténtica villana, ortodoxa y prejuiciosa en sus concepciones, pero es interesante como funciona como contrapunto de Riggan. 

Las fuerzas contrapuestas son una constante en el film: no solo Riggan se opone a sí mismo, sino que a una escena se le opone otra. Los diálogos son como latigazos, como si estuvieran escritos o pensados más desde variables musicales que literarias. El personaje A dice B y lo dice con variadas intensidades, como si fueran notas musicales, y la respuesta a B no es C, puede ser D. “¿Me pondrías mano?”, le pregunta Sam a Mike y este le responde: “No, no se me pararía.” Constantemente, se hace un jake a lo que inconcientemente esperamos escuchar. Como no existe el plano- contraplano, tampoco existe (si se me permite esta alteridad) el “raccord” en los diálogos.


Por eso, insisto, Birdman es sobre el ego pero también es sobre mucho más que eso. Es, sin dudas, junto con Boyhood y El Gran Hotel Budapest, las tres apuestas más originales de la selección de mejores películas en los próximos Oscar que se entregan el 22 de febrero.

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